Pitágoras, el del teorema de la
hipotenusa y los catetos… sí, el mismo, estaba convencido de que el mundo es
Música, porque la música es Número, y los números son las Cosas. «El Cosmos es una sublime lira de siete
cuerdas», decía. Los siete planetas, al describir sus órbitas en armonía de
masa y número, emiten sonidos en armonía: las notas musicales, que crean
"la armonía de las esferas". Esta música armoniosa no la podemos oír
los humanos porque desde nuestro nacimiento estamos inmersos en ella.
Vinieron luego los platónicos,
con sus teorías transcendentales sobre música, más tarde los aristotélicos con
su idea de música-oficio-ejercicio práctico… Sería una frivolidad tratar de
despachar estas teorías complejas y profundas, con cuatro palabras, porque
entonces les haríamos decir lo que nosotros queremos y no lo que realmente
ellos dijeron…
Aquella concepción 'cósmica' de
la MÚSICA se mantuvo a lo largo de la E. Media y la asumieron los humanistas del Renacimiento. Así se explicaba
León Hebreo (1465-1521): "Pitágoras decía que, moviéndose los cuerpos
celestiales, engendran excelentes voces, correspondientes una con otra en
consonancia armónica. La cual música celestial, decía ser causa de la
sustentación de todo el Universo en su peso, en su número y en su medida.
Señalaba a cada orbe y a cada planeta su tono y su voz propia, y declaraba la
armonía que resultaba de todos".
Estos renacentistas salían de una
Edad Media que tachaban de oscurantista (realmente no lo había sido), y entraban
en la era de los inventos (brújula, astrolabio, imprenta…). Y otro célebre
humanista, Tomasso Campanella (1568-1639) soñaba: "Para dentro de poco,
esperan inventar instrumentos de óptica con los que descubrir nuevas estrellas,
e instrumentos acústicos por medio de los cuales se escuchará la música
celestial".
Efectivamente, inventaron el
telescopio y consiguieron ver nuevas estrellas, pero, la "música de las
esferas"… todavía no la hemos alcanzado a escuchar. ¿O sí?. Porque Fr.
Luis de León (1528-1591) la llegó a atisbar a través de "la música
estremada" que salía de las manos del organista Salinas: El aire se serena / y viste de hermosura y
luz no usada, / Salinas, cuando suena / la música estremada / por vuestra sabia
mano gobernada". Y continuaba así:
Traspasa el aire todo
hasta llegar a la más alta esfera,
y oye allí otro modo
de no perecedera
música, que es de todas la primera".
Poco a poco los poetas fueron
renunciando a aquella sublime aspiración de las músicas celestes y nos animaron
a escuchar músicas más cercanas: los rumores de la naturaleza… y sus silencios,
que también son música. En la soledad de un paraje paradisíaco a orillas del
Tajo, en una clama apenas perturbada, remataba así Garcilaso su égloga III: "… en el silencio solo se escuchaba /
un susurro de abejas que sonaba".
Y el Místico de Ávila, vagando
por soledades de "valles solitarios nemorosos", se recreaba con "los ríos sonorosos, y el silbo de los
aires amorosos"; y en medio de "la
noche sosegada / en pos de los levantes de la aurora" se extasiaba con "la música callada, / la soledad
sonora", y la supo reflejar en magistrales versos musicales.
Fueron muchos los músicos que se acercaron
a escuchar los sonidos de la naturaleza, una escucha que alimentó su inspiración
para obras sublimes: La Pastoral de Beethoven,
Escenas del bosque de Schumann, Lo que se oyen en la montaña de Liszt, y
tantas y tantas otras…
El mundo que nos rodea está lleno
de estímulos sonoros capaces de alimentar la fantasía, estimular ánimo,
levantar el espíritu: gorjeos de pájaros, quejidos del viento, estrépitos de
cascadas, chasquidos de piedras… ¿De piedras? Sí, sí.
En nuestro caminar por la montaña
una piedra sale despedida pendiente abajo y va chocando con otras piedras. ¡Sorpresa!
¡Esta piedra produce un sonido afinado! Esta mínima experiencia dispara nuestra
curiosidad, y comenzamos una búsqueda afanosa de piedras "afinadas". Ocupación
fantasiosa e inútil, pero fascinante, esa de ir buscando piedras biensonantes. ¡Hay
muchas más! ¡en tonos diferentes…! ¿será posible formar una escala? Hay que
buscar, comparar, desechar, escoger las que mejor suenan… hasta formar una
escala, o dos, con sus alteraciones incluso...
Ya tenemos montado un modesto LITOFONO,
y aunque no podamos escuchar (de momento) la "música de las esferas",
nos consolamos escuchando la música que nos ha regalado la naturaleza con unas
simples piedras.